martes, 3 de febrero de 2015

¿Qué es lo que queda por hacer? El fin del #Ayotzi trend topic y la nueva ola represiva del gobierno mexicano.


¿De qué sirven las organizaciones revolucionarias
si se deja morir el espíritu revolucionario?
¿Para que la libertad de propaganda,
si ya no se propaga lo que se piensa?
Malatesta.

La rebelión iniciada a raíz de los acontecimientos de la desaparición de normalista de Ayotzinapa ha caído en un impasse que puede o no encenderse de un momento a otro ante la primera falla del sistema político mexicano.

No obstante, resulta interesante realizar un balance sobre los acontecimientos de los últimos días, sobre la tendiente domesticación de la protesta, y la nueva embestida autoritaria del gobierno mexicano.

Lo anterior es importante, ya que generalmente la dinámica de la presente lucha social no permite el análisis, mucho menos la reflexión acerca de los recursos y movimientos efectuados en este proceso. 

A menudo son los sectores de la intelectualidad reformista, de las redes ciudadanistas o los medios contra-informativos quienes modulan la opinión del movimiento social; sin embargo, fue en pocas ocasiones -y me refiero al proceso Ayotzinapa-, cuando fueron los propios rebeldes quienes se dotaron de las herramientas necesarias para realizar un análisis y una crítica que permitiera la auto clarificación de su propia actividad.



Si bien en los inicios de la misma, las posiciones de quienes se lanzaron a la lucha variaban entre una franca ruptura (sabotajes, piquetes carreteros, ataques directos a la propiedad pública y privada, ocupaciones, etc.) y un ciudadanismo (nueva constituyente, congresos ciudadanos, no violencia mesiánica y abstracta, etc.), en realidad en ciertas regiones es realmente imposible delimitar ambas tendencias y sobre todo alcanzar a vislumbrar de manera concreta el aprendizaje obtenido de la lucha social.



Existe la percepción de que la rebelión ha traído un fruto interesante, que fue el articular un movimiento que transitó de la experiencia contestataria a una intuición precariamente libertaria. No podemos aun asegurar hasta qué punto este movimiento pueda concretarse en ideas liberadoras hacia el futuro, aun hiede a ciudadanismo en ciertos grupos y reuniones; sin embargo, es el deber de las minorías activas revolucionarias el acercar y ayudar en la auto clarificación política-ideológica de los individuos que han permanecido agrupados, incluso pasando por encima de las posiciones demócratas liberales de algunos de los participantes “clasemedieros” del movimiento.

Son las organizaciones anarquistas revolucionarias las llamadas a provocar la autoclarficación de las clases subalternas y su organización de base, no para la gestión de la miseria actual, si no para provocar por un lado la revuelta y por el otro la organización inmediata de situaciones cotidianas autogestivas y anti jerárquicas.

Para esto, es nuestro deber prever los flujos de la actual guerra social, develarla hasta hacerla visible en la vida de las clases subalternas, y no limitarnos a meras cuestiones de auto-referencialidad y afirmación de la identidad  del “anarquista”, como si la anarquía fuera cuestión de una vulgar afirmación existencial en el extenso mercado identitario.

Esto resulta vital, dado que en la actualidad la mayoría de la honorable ciudadanía ha perdido la indignación y ha dejado de asistir a las concurridas manifestaciones ante el primer signo de que la revuelta se generalizaba. Como bien dijo una voz al sur del país, muchos abandonaron el barco ante el primer vidrio roto, nosotros pensamos que otros más lo hicieron ante el fuego transmutador que amenazaba con extenderse por los rincones del país, pero sobre todo que la  mayoría lo hizo ante el miedo de perder su preciado estilo de vida civilizado. Esto evidencia que incluso la rebelión, se vende como una más de las mercancías ideológicas que oferta el capital-espectáculo.


La moda de la rebelión ha pasado y el gobierno con sus tecnócratas que actúan bajo la lógica de los algoritmos y la teoría de juegos, lo saben a la perfección, no es casualidad que a un día de haber pasado los cuatro meses de la desaparición de los normalistas el gobierno mexicano haya dado “oficialmente” carpetazo al caso. Han tenido ya, el tiempo suficiente para acompañar el proceso de la lucha y para introducir la ideología de la no violencia y de la protesta por vías institucionales.

Tampoco es casualidad que se utilice una tragedia como la explosión en el materno infantil en Cuajimalpa, para tratar de moldear la opinión pública y dar legitimidad a los cuerpos represivos del Estado mexicano. Tampoco es casualidad que a cuatro meses se realice un despliegue de fuerzas federales por los cuatro rincones del país, y se efectúen las primeras detenciones y actos represivos mediatizados frente a los intentos de una nueva ola abiertamente antagonista.

Asistimos al intento del gobierno mexicano de legitimar sus instituciones principalmente ante la sociedad civil y esto lo hará en los subsiguientes actos cívico-políticos, aprovechando también las tragedias para reposicionar sus aparatos represivos. De igual modo, utilizará el aislamiento en el que ha caído la lucha social para realizar un cerco mediático y favorecer así, frente a la opinión pública, los actos abiertamente represivos sobre quienes quisieran provocar una nueva ruptura contra el sistema.

Muchas propuestas surgidas al calor de la lucha quedan en el aire y es incierta su concreción, desde una nueva constituyente hasta la instauración de consejos y organismos de autogobierno; lo cierto es, que es más probable que un nuevo “trend topic” llame la atención del gran público hacia las luces destellantes de la simulación, antes de que estos objetivos lleguen a madurar en la conciencia de las clases subalternas mexicanas.

Sea como sea, debemos estar alertas e identificar los signos de los tiempos, prever la progresiva precarización que se está efectuando -incluso en la frontera-, a partir de la aplicación de las políticas neoliberales; las características violentas que toma la protesta generalmente cuando viene desde abajo; la paulatina pérdida de status de las clases profesionistas; etc.

La guerra social no ha terminado, el gobierno mexicano y los capitalistas que progresivamente acumulan más riquezas a costa de la tragicomedia nacional, se encuentra cada vez más dispuestos a quitarse el velo de su natural carácter represivo, mientras los signos de ruptura crecen proporcionalmente al nivel de la alienación del ciudadano promedio y normalizado.

Lo cierto, es que la democracia confunde al espíritu del hombre y la mujer, por consiguiente, la resolución de este conflicto ontológico en muy poco o en nada compete a la colectividad; porque cuando la moda de la rebelión arrastra hasta a las almas más refractarias hacia su domesticación, ¿qué es lo queda entonces por hacer ?