¿De qué sirven las organizaciones
revolucionarias
si se deja morir el espíritu
revolucionario?
¿Para que la libertad de propaganda,
si ya no se propaga lo que se piensa?
Malatesta.
La
rebelión iniciada a raíz de los acontecimientos de la desaparición de
normalista de Ayotzinapa ha caído en un impasse que puede o no encenderse de un
momento a otro ante la primera falla del sistema político mexicano.
No
obstante, resulta interesante realizar un balance sobre los acontecimientos de
los últimos días, sobre la tendiente domesticación de la protesta, y la nueva
embestida autoritaria del gobierno mexicano.
Lo
anterior es importante, ya que generalmente la dinámica de la presente lucha
social no permite el análisis, mucho menos la reflexión acerca de los recursos
y movimientos efectuados en este proceso.
A menudo son los sectores de la
intelectualidad reformista, de las redes ciudadanistas o los medios contra-informativos
quienes modulan la opinión del movimiento social; sin embargo, fue en pocas
ocasiones -y me refiero al proceso Ayotzinapa-, cuando fueron los propios rebeldes
quienes se dotaron de las herramientas necesarias para realizar un análisis y
una crítica que permitiera la auto clarificación de su propia actividad.
Si
bien en los inicios de la misma, las posiciones de quienes se lanzaron a la
lucha variaban entre una franca ruptura (sabotajes, piquetes carreteros,
ataques directos a la propiedad pública y privada, ocupaciones, etc.) y un
ciudadanismo (nueva constituyente, congresos ciudadanos, no violencia mesiánica
y abstracta, etc.), en realidad en ciertas regiones es realmente imposible
delimitar ambas tendencias y sobre todo alcanzar a vislumbrar de manera
concreta el aprendizaje obtenido de la lucha social.
Existe
la percepción de que la rebelión ha traído un fruto interesante, que fue el
articular un movimiento que transitó de la experiencia contestataria a una
intuición precariamente libertaria. No podemos aun asegurar hasta qué punto
este movimiento pueda concretarse en ideas liberadoras hacia el futuro, aun
hiede a ciudadanismo en ciertos grupos y reuniones; sin embargo, es el deber de
las minorías activas revolucionarias el acercar y ayudar en la auto
clarificación política-ideológica de los individuos que han permanecido
agrupados, incluso pasando por encima de las posiciones demócratas liberales de
algunos de los participantes “clasemedieros” del movimiento.
Son
las organizaciones anarquistas revolucionarias las llamadas a provocar la autoclarficación
de las clases subalternas y su organización de base, no para la gestión de la
miseria actual, si no para provocar por un lado la revuelta y por el otro la
organización inmediata de situaciones cotidianas autogestivas y anti
jerárquicas.
Para
esto, es nuestro deber prever los flujos de la actual guerra social, develarla
hasta hacerla visible en la vida de las clases subalternas, y no limitarnos a
meras cuestiones de auto-referencialidad y afirmación de la identidad del “anarquista”, como si la anarquía fuera
cuestión de una vulgar afirmación existencial en el extenso mercado
identitario.
Esto
resulta vital, dado que en la actualidad la mayoría de la honorable ciudadanía
ha perdido la indignación y ha dejado de asistir a las concurridas manifestaciones
ante el primer signo de que la revuelta se generalizaba. Como bien dijo una voz
al sur del país, muchos abandonaron el barco ante el primer vidrio roto, nosotros
pensamos que otros más lo hicieron ante el fuego transmutador que amenazaba con
extenderse por los rincones del país, pero sobre todo que la mayoría lo hizo ante el miedo de perder su
preciado estilo de vida civilizado. Esto evidencia que incluso la rebelión, se
vende como una más de las mercancías ideológicas que oferta el capital-espectáculo.
La
moda de la rebelión ha pasado y el gobierno con sus tecnócratas que actúan bajo
la lógica de los algoritmos y la teoría de juegos, lo saben a la perfección, no
es casualidad que a un día de haber pasado los cuatro meses de la desaparición
de los normalistas el gobierno mexicano haya dado “oficialmente” carpetazo al
caso. Han tenido ya, el tiempo suficiente para acompañar el proceso de la lucha
y para introducir la ideología de la no violencia y de la protesta por vías
institucionales.
Tampoco
es casualidad que se utilice una tragedia como la explosión en el materno
infantil en Cuajimalpa, para tratar de moldear la opinión pública y dar
legitimidad a los cuerpos represivos del Estado mexicano. Tampoco es casualidad
que a cuatro meses se realice un despliegue de fuerzas federales por los cuatro
rincones del país, y se efectúen las primeras detenciones y actos represivos
mediatizados frente a los intentos de una nueva ola abiertamente antagonista.
Asistimos
al intento del gobierno mexicano de legitimar sus instituciones principalmente
ante la sociedad civil y esto lo hará en los subsiguientes actos
cívico-políticos, aprovechando también las tragedias para reposicionar sus aparatos
represivos. De igual modo, utilizará el aislamiento en el que ha caído la lucha
social para realizar un cerco mediático y favorecer así, frente a la opinión
pública, los actos abiertamente represivos sobre quienes quisieran provocar una
nueva ruptura contra el sistema.
Muchas
propuestas surgidas al calor de la lucha quedan en el aire y es incierta su
concreción, desde una nueva constituyente hasta la instauración de consejos y
organismos de autogobierno; lo cierto es, que es más probable que un nuevo “trend
topic” llame la atención del gran público hacia las luces destellantes de la
simulación, antes de que estos objetivos lleguen a madurar en la conciencia de
las clases subalternas mexicanas.
Sea
como sea, debemos estar alertas e identificar los signos de los tiempos, prever
la progresiva precarización que se está efectuando -incluso en la frontera-, a
partir de la aplicación de las políticas neoliberales; las características
violentas que toma la protesta generalmente cuando viene desde abajo; la paulatina
pérdida de status de las clases profesionistas; etc.
La
guerra social no ha terminado, el gobierno mexicano y los capitalistas que
progresivamente acumulan más riquezas a costa de la tragicomedia nacional, se
encuentra cada vez más dispuestos a quitarse el velo de su natural carácter
represivo, mientras los signos de ruptura crecen proporcionalmente al nivel de
la alienación del ciudadano promedio y normalizado.
Lo
cierto, es que la democracia confunde al espíritu del hombre y la mujer, por consiguiente,
la resolución de este conflicto ontológico en muy poco o en nada compete a la
colectividad; porque cuando la moda de la rebelión arrastra hasta a las almas más
refractarias hacia su domesticación, ¿qué es lo queda entonces por hacer ?
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