sábado, 25 de octubre de 2014

¿Ciudadanistas o rebeldes?

Ciudadanistas y rebeldes en la opinion pública.
Las desapariciones forzadas de normalistas en Guerrero revelan el nivel de la guerra social que se vive en nuestro país. Por un lado, las redes de poder que atraviesan las instituciones y actúan en la sombra bajo el manto del narcotráfico, develan la organización y complicidad de la clase política con las elites económicas, los corporativos multimedia y las “guardias blancas” que se financian con actividades del crimen organizado.
Por el otro, hace evidente la dispersión que existe en las clases subalternas, quienes maravillados ante el simulacro del espectáculo televisivo y embaucados con las ideologías del consumo y el individualismo urbano, no logran vislumbrar la magnitud de la confrontación clasista que se desarrolla ante sus narices como resistencia ante el “despojo” neoliberal y el reajuste de las relaciones de poder.
No obstante, millones de mexicanos hoy se encuentran en la calle protestando y organizándose ante el actual estado de cosas, de lo cual emergen por lo menos dos estrategias visibles: las vías de la sociedad civil o el ataque. Aunque claro la realidad siempre supera el análisis frio de las apariencias, de lo cual deducimos que habrá casos en que redes resistenciales y subterráneas atraviesan ambas estrategias con la finalidad de cercar al enemigo; a esto le podríamos denominar, si quieren, resistencias híbridas, las cuales considero han sido muy visibles y presentes desde la aparición del neo-zapatismo.
Como ejemplo de agrupaciones que emergen de la sociedad civil y que expresan su repudio a los hechos de Iguala Guerrero y apoyo a las “victimas” se encuentran los comités civiles, los foros y conferencias que han surgido para entablar un dialogo con las autoridades por “el caso”; pero también las instituciones universitarias tipo UNAM o IIC-Museo UABC que han emitido un posicionamiento ciudadano al respecto; la Iglesia y sus actores divergentes como Solalinde; los propios partidos políticos y sus líderes, como fue el caso de Cárdenas, AMLO e incluso el propio PRI; etc., etc., etc.
Como contraparte se encuentran millares de combatientes que han salido a las calles para provocar el ataque y la conflictividad permanente contra el Estado, demostrando que la reivindicación por la aparición de los normalistas desaparecidos puede desencadenar y hacer evidente la violencia estructural que subyace en la relación de gobierno y gobernados.
Debo mencionar que ambas estrategias  presentan características muy particulares que en cierto momento pueden en su caso ahogar la rebeldía o permitir una ruptura a partir del antagonismo que propicie la autonomía de los propios rebeldes ante la ideología de la clase dirigente y su “Frankenstein” ciudadanista.
Por un lado, las vías de la sociedad civil permiten que el descontento fluya por los canales de protesta que ofrece el Estado, lo cual permitirá en su momento, que se ahogue la ira o se recupere la reivindicación inicial en las instituciones, con la finalidad de ejercer una dominación eficaz y sutil sobre la propia sociedad civil.
De igual modo, las opiniones o resolutivos que han surgido desde la sociedad civil permiten que se mediatice el acontecimiento y el conflicto y, que sea recuperado por la opinión pública, fabricándose así nuevos elementos ideológicos que permiten a su vez que los grupos de poder que gobiernan este país preserven su hegemonía.
No podemos rasgarnos las vestiduras ante este hecho, sino más bien develar la ideología que subyace las vías de la sociedad civil, con la finalidad de identificar en el proceso de lucha a los actores que actúan bajo dicha lógica.
Debemos advertir que bajo esta idea se encuentra una confianza liberal y demócrata de que los ciudadanos pueden presentar una resistencia al Estado dentro de los propios medios que ofrece el Estado. Paradójicamente, la finalidad del ciudadanismo pretende reforzar al Estado mediante una democracia representativa eficaz, en la que el ciudadano será el agente pasivo que terminara por supervisar el proceso de democratización.
Resulta interesante observar como a partir de los 43 normalistas desaparecidos más los asesinados, las instituciones y la sociedad civil “bien portada” intentan recuperar este hecho trágico para afinar y ajustar las instituciones políticas y los marcos de participación ciudadana.
Más interesante aún, si consideramos que los estudiantes normalistas de Ayotzinapan representan un brazo fuerte en la presente lucha social, no solo de su Estado sino del país. Y, que estos luchadores de la Normal Rural “Isidro Burgos” han demostrado a partir de la acción directa, su aversión total ante el sistema capitalista neoliberal y el Estado mexicano.
Debemos poner atención a los compañeros en lucha en Guerrero y no tomar como víctimas a los compañeros desaparecidos, sino como bandera y ejemplo de combatividad.
A su vez debemos estar atentos ante la intromisión de los medios como el Canal 66 en la UABC, el posicionamiento institucional del IIC-museo e incluso de las propuestas reivindicativas de la OPT, quienes tal vez –dándoles el beneficio de la duda- no queriendo puedan ahogar la lucha una vez más.
Vienen algunas propuestas como las asambleas interuniversitarias, tal vez un congreso universitario, o tal vez nos ganen una vez más los acontecimientos y un nuevo “trend topic” desvíe la atención del gran público hacia las luces destellantes de la simulación.

Sea como sea, debemos estar alertas e identificar los signos de los tiempos, prever la progresiva precarización que se está efectuando, incluso en la frontera, a partir de la aplicación de las políticas neoliberales; las características violentas que toma la protesta generalmente cuando viene desde abajo; la paulatina pérdida de status de las clases profesionistas; etc.  Desencadenar las pasiones populares para conocer la magia de la revuelta y lograr levantar el velo del simulacro en el que se pierden nuestras aburridas vidas, puede ser una apuesta mayor cuando nos enfrentamos ante la imprevisibilidad de las explosiones sociales; sin embargo, la tensión que logremos generar a partir de la conflictividad permanente debe contribuir a la profundización de la lucha que desemboque en la paralización de la economía y la infraestructura, la toma o deserción de los lugares de producción y distribución, pero sobre todo en el abandono de los roles sociales y las obligaciones que nos impone el sistema. 

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