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Ciudadanistas y rebeldes en la opinion pública. |
Las desapariciones forzadas de normalistas en Guerrero
revelan el nivel de la guerra social que se vive en nuestro país. Por un lado,
las redes de poder que atraviesan las instituciones y actúan en la sombra bajo
el manto del narcotráfico, develan la organización y complicidad de la clase
política con las elites económicas, los corporativos multimedia y las “guardias blancas” que se financian con
actividades del crimen organizado.
Por el otro, hace evidente la dispersión que existe en las
clases subalternas, quienes maravillados ante el simulacro del espectáculo
televisivo y embaucados con las ideologías del consumo y el individualismo
urbano, no logran vislumbrar la magnitud de la confrontación clasista que se
desarrolla ante sus narices como resistencia ante el “despojo” neoliberal y el
reajuste de las relaciones de poder.
No obstante, millones de mexicanos hoy se encuentran en la
calle protestando y organizándose ante el actual estado de cosas, de lo cual
emergen por lo menos dos estrategias visibles: las vías de la sociedad civil o
el ataque. Aunque claro la realidad siempre supera el análisis frio de las
apariencias, de lo cual deducimos que habrá casos en que redes resistenciales y
subterráneas atraviesan ambas estrategias con la finalidad de cercar al
enemigo; a esto le podríamos denominar, si quieren, resistencias híbridas, las
cuales considero han sido muy visibles y presentes desde la aparición del
neo-zapatismo.
Como ejemplo de agrupaciones que emergen de la sociedad
civil y que expresan su repudio a los hechos de Iguala Guerrero y apoyo a las
“victimas” se encuentran los comités civiles, los foros y conferencias que han
surgido para entablar un dialogo con las autoridades por “el caso”; pero
también las instituciones universitarias tipo UNAM o IIC-Museo UABC que han
emitido un posicionamiento ciudadano al respecto; la Iglesia y sus actores
divergentes como Solalinde; los propios partidos políticos y sus líderes, como
fue el caso de Cárdenas, AMLO e incluso el propio PRI; etc., etc., etc.
Como contraparte se encuentran millares de combatientes que
han salido a las calles para provocar el ataque y la conflictividad permanente
contra el Estado, demostrando que la reivindicación por la aparición de los
normalistas desaparecidos puede desencadenar y hacer evidente la violencia estructural
que subyace en la relación de gobierno y gobernados.
Debo mencionar que ambas estrategias presentan características muy particulares
que en cierto momento pueden en su caso ahogar la rebeldía o permitir una
ruptura a partir del antagonismo que propicie la autonomía de los propios
rebeldes ante la ideología de la clase dirigente y su “Frankenstein”
ciudadanista.
Por un lado, las vías de la sociedad civil permiten que el
descontento fluya por los canales de protesta que ofrece el Estado, lo cual permitirá
en su momento, que se ahogue la ira o se recupere la reivindicación inicial en
las instituciones, con la finalidad de ejercer una dominación eficaz y sutil
sobre la propia sociedad civil.
De igual modo, las opiniones o resolutivos que han surgido
desde la sociedad civil permiten que se mediatice el acontecimiento y el
conflicto y, que sea recuperado por la opinión pública, fabricándose así nuevos
elementos ideológicos que permiten a su vez que los grupos de poder que
gobiernan este país preserven su hegemonía.
No podemos rasgarnos las vestiduras ante este hecho, sino
más bien develar la ideología que subyace las vías de la sociedad civil, con la
finalidad de identificar en el proceso de lucha a los actores que actúan bajo
dicha lógica.
Debemos advertir que bajo esta idea se encuentra una
confianza liberal y demócrata de que los ciudadanos pueden presentar una
resistencia al Estado dentro de los propios medios que ofrece el Estado. Paradójicamente,
la finalidad del ciudadanismo pretende reforzar al Estado mediante una
democracia representativa eficaz, en la que el ciudadano será el agente pasivo
que terminara por supervisar el proceso de democratización.
Resulta interesante observar como a partir de los 43
normalistas desaparecidos más los asesinados, las instituciones y la sociedad
civil “bien portada” intentan recuperar este hecho trágico para afinar y
ajustar las instituciones políticas y los marcos de participación ciudadana.
Más interesante aún, si consideramos que los estudiantes
normalistas de Ayotzinapan representan un brazo fuerte en la presente lucha
social, no solo de su Estado sino del país. Y, que estos luchadores de la
Normal Rural “Isidro Burgos” han demostrado a partir de la acción directa, su
aversión total ante el sistema capitalista neoliberal y el Estado mexicano.
Debemos poner atención a los compañeros en lucha en
Guerrero y no tomar como víctimas a los compañeros desaparecidos, sino como
bandera y ejemplo de combatividad.
A su vez debemos estar atentos ante la intromisión de los medios
como el Canal 66 en la UABC, el posicionamiento institucional del IIC-museo e
incluso de las propuestas reivindicativas de la OPT, quienes tal vez –dándoles
el beneficio de la duda- no queriendo puedan ahogar la lucha una vez más.
Vienen algunas propuestas como las asambleas
interuniversitarias, tal vez un congreso universitario, o tal vez nos ganen una
vez más los acontecimientos y un nuevo “trend
topic” desvíe la atención del gran público hacia las luces destellantes de
la simulación.
Sea como sea, debemos estar alertas e identificar los
signos de los tiempos, prever la progresiva precarización que se está
efectuando, incluso en la frontera, a partir de la aplicación de las políticas
neoliberales; las características violentas que toma la protesta generalmente
cuando viene desde abajo; la paulatina pérdida de status de las clases
profesionistas; etc. Desencadenar las
pasiones populares para conocer la magia de la revuelta y lograr levantar el
velo del simulacro en el que se pierden nuestras aburridas vidas, puede ser una
apuesta mayor cuando nos enfrentamos ante la imprevisibilidad de las
explosiones sociales; sin embargo, la tensión que logremos generar a partir de
la conflictividad permanente debe contribuir a la profundización de la lucha que
desemboque en la paralización de la economía y la infraestructura, la toma o
deserción de los lugares de producción y distribución, pero sobre todo en el
abandono de los roles sociales y las obligaciones que nos impone el sistema.
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