martes, 7 de octubre de 2014

Movimiento Estudiantil. ¿Lucha Reivindicativa o Antagonismo?


Los acontecimientos de los últimos días a lo largo y ancho del país dejan entrever la emergencia de una nueva ola de protestas estudiantiles y juveniles como las ocurridas en 2012. A mi parecer estas deben ser clarificadas a partir del debate horizontal, con el fin de sobrepasar los límites impuestos por la reivindicación parcial, la sociedad civil y la debilidad de análisis de algunas tendencias políticas y “revolucionarias”. La finalidad es evitar la ambigüedad y la derrota de la que huimos en el 2012 para auto constituirnos como organización revolucionaria independiente y, brindar un análisis coyuntural para la discusión con los compañeros con los cuales pretendemos construir una tendencia autónoma y verdaderamente antagonista. Sobre lo anterior, sería conveniente situarnos más allá de las validas demandas que presenta el movimiento estudiantil, para pasar a la crítica real del actual estado de cosas.
Debo resaltar el hecho de que aún no pasa ni siquiera un año de las reformas neoliberales y ya se alcanzan a sentir los efectos del “despojo” que se avecina. Aún no ha pasado mucho tiempo de la reforma educativa y ya alcanzamos a sentir como las instituciones educativas empiezan a “cerrar la pinza” de la reestructuración institucional conforme a los cánones educativos del neoliberalismo. Debemos advertir que bajo la lucha particular de los estudiantes del IPN, subyace la lucha contra los efectos del neoliberalismo en la educación; de igual forma los estudiantes que hoy nos lanzamos a la protesta contra las prácticas fraudulentas y antidemocráticas en la UABC, debemos visibilizar la lucha en los términos del antagonismo contra un sistema político insuficiente, basado en la ficción representativa y, contra los efectos del sistema económico neoliberal que pretende ajustar la vida social a su propia dinámica de mercantilización y especulación.
En resumen, si las protestas estudiantiles surgen como resistencia frente a hechos concretos como la descualificación profesional, el fraude y la falta de democracia universitaria, esto no debe hacernos perder de vista que estos efectos en la educación superior no son sino elementos que indican la pauperización progresiva que promueve el sistema económico capitalista-neoliberal y el Estado Mexicano.
En consecuencia, esto debe replantear la forma de lucha, sus dimensiones y por resultado reconocer el límite de la reivindicación parcial ante el recrudecimiento de la ofensiva de las redes de poder que gobiernan en México. No puede pasar lo que sucedió en Ayotzinapan, ni podemos permitir que el asesinato a estudiantes se repita, la coyuntura de este capítulo debe servirnos para evidenciar el carácter clasista del Estado Mexicano y la alianza entre la elite capitalista del país y la elite económica internacional. Pero al mismo tiempo, debe brindarnos las herramientas para hacer visibles los efectos del poder -como es el caso-, con la finalidad de combatirlos y llevar la protesta más allá de la organización pasiva, la ingenuidad política y la subordinación de la lucha a los canales institucionales de la protesta. De lo contrario, estaríamos asistiendo una vez más a otra derrota del movimiento estudiantil y de la juventud, que ante su propia referencialidad no ha logrado articular su lucha con la crítica a la totalidad del sistema capitalista y, con ello, termina por ahogar su rebeldía en la domesticación, ante el beneplácito de los partidos políticos y las limitadas perspectivas de las facciones supuestamente revolucionarias.
Bajo esta perspectiva antagónica, qué significado puede tener la consigna de un congreso universitario cuando el fracaso del sistema político mexicano radica en su naturaleza representativa. O qué importancia puede tener el luchar por democracia universitaria cuando los corporativos colocan gobernantes a su antojo, los gobiernos encarcelan a sus adversarios políticos o los asesinan.
En pocas palabras, si el advenimiento de una crisis universitaria no es sino el reflejo de la crisis del sistema del que somos parte, la lucha no debe entonces limitarse en la reivindicación de modificaciones parciales, sino prolongarse en la conflictividad del propio sistema para su negación -claro, si es que realmente queremos articular un movimiento que anule y supere el actual estado de las cosas-. De otra manera la acumulación de un capital político o la búsqueda de espacios de gestión burocrática para las organizaciones izquierdistas puede una vez más ahogar el movimiento; mientras en su lugar, el antagonismo en las calles nos permitiría articular una crítica total que tendría como punto de partida y finalidad la auto-organización anticapitalista y autónoma del descontento.  

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